Hace algunas semanas estuve en el evento de “Tacolandia” aquí en los Angeles, y fue comiendo una increíble tostada de mariscos en el puesto de “La Guerrerense” que le prometí a Sabina que pronto iría a visitarla a Ensenada. No se si fue la tostada, el encanto de Sabina o las ganas añejas de regresar al Valle de Guadalupe para conocer alguno de los restaurantes de esta nueva generación de cocineros orgullosamente mexicanos que han puesto la comida de Baja California en el mapa de la alta gastronomía internacional, que decidí ponerle fin a la espera y planear una fecha para darme una escapada de fin de semana.
El mes de julio fué magnífica elección, pues no solo mi amiga Patricia y yo cumplimos años en este mes razón por la cual era el perfecto motivo para celebrar, sino que también el clima en el Valle de Guadalupe es de lo mejor, los chefs están en casa y los tumultos de las fiestas de la Vendimia aún no llegan. Así que las dos, junto con Fernanda que estaba mas puesta que un calcetín, cogimos camino el viernes temprano con dirección hacia el sur.
Entramos a México por Tecate para desayunar en un pequeño restaurante llamado “Amores” el cual había atraído mi curiosidad días atrás mientras planeaba nuestro itinerario. Marcelo Kenji y Reyna Venegas, un par de jóvenes quienes se conocieron en Mónaco mientras cursaban un diplomado culinario, se enamoraron y regresaron juntos a Tecate a iniciar un nuevo proyecto. Un espacio donde pudieran crear platillos basados en su inspiración y con mucho amor utilizando los productos frescos de la región.
De la calle el pequeño lugar apenas y se ve, sin embargo, su interior es sorprendentemente agradable. Nuestra mesa vestida de impecable vajilla y mantel blanco nos aguarda junto con un pequeño menú anunciando los especiales de desayuno. Siendo que mis compañeras de viaje tienen pleito casado con el huevo y además era ya cerca de mediodía, le preguntamos a Marcelo si podía ofrecernos algo de su propia inspiración. Gustoso accedió y fue entonces que empezó aquel desfile…
Fruta de la estación seguida por una ensalada de la huerta con espárragos y tierra de ajo aderezada con una delicada vinagreta de cítricos, sopa de jitomate rostizado con esencia de clorofila y queso fresco de rancho, pollo al limón con polenta y cerezas frescas, filete de res con higos rostizados y para terminar mochi de te verde. Cada plato decorado con esquisito detalle y combinando ricos sabores lo que resultó una experiencia inesperada y sumamente gratificante.
Y después de una cálida charla con Marcelo, nos despedimos para seguir nuestro camino. En nuestro trayecto rumbo a Ensenada, decidimos hacer una escala para conocer un viñedo. Uno de los primeros letreros que se nos cruzaron enfrente a la entrada de la ruta del vino en el Valle de Guadalupe fué el de viñedos El Cielo, y hacia allá nos encaminamos. Una casona estilo hacienda de construcción reciente y con un viñedo joven enmarcan el lugar y una agradable terraza con vista al valle ubica en su interior al restaurante Latitud 32.
Hicimos un pequeño recorrido por la bodega localizada en el sótano del edificio y posteriormente nos dirigimos a la sala de degustación para probar algunos de sus vinos de los cuales no encontramos ninguno que especialmente nos gustara, quizá por ser aún muy jóvenes. De ahí. Saray, nuestra guía nos invitó a dar un paseo por las hortalizas destinadas al servicio del restaurante el cual disfrutamos mucho. El restaurante Manzanilla de Benito y Solange Molina-Murris fue el lugar elegido para cenar esa noche. Pioneros junto con otros pocos de esta nueva corriente culinaria de Baja California considerada hoy en día como una de las mejores de México y el mundo.
Esta nueva cocina que algunos llaman “BajaMed” utiliza las riquezas del mar junto con diversos productos provenientes del micro-clima mediterráneo propio del Valle de Guadalupe además de ingredientes auténticos de la cocina mexicana para crear así nuevos platillos donde se combinan magistralmente ingredientes y sabores.
Localizado en el recinto portuario de Ensenada, este restaurante de piso de cemento y mesas de madera se completa con un magno mueble de madera tallado el cual desempeña la función de bar. Varios cuadros adornan las paredes y de su techo cuelgan candiles color rosa que alumbran con luz tenue el interior. Una terraza al aire libre y la cocina que se ve de afuera reciben al visitante.
Cada una de nosotras pide lo que su antojo le dicta y mientras aguardamos, somos sorprendidas con unas tostaditas riquísimas de ceviche de jurel cortesía de la casa. Le siguieron los ostiones Kumamoto, el tiradito de pescado con jengibre, chile serrano y soya, las almejas al vino blanco y las pescadillas con guacamole y salsa, especial de esa noche. Todo delicioso que nos devoramos en un abrir y cerrar de ojos. Seguimos entonces con la lasaña de codorniz, la arrachera con polenta y verduras salteadas y el especial de la noche, codorniz sobre puré de coliflor, kimchi hecho en casa y hongos salteados con chile guajillo, el cual definitivamente para mí, fue el que se llevó las palmas, aunque estoy segura que la Murray (como le digo de cariño a Patricia) va a pelear el puesto defendiendo sus almejas. El toque dulce lo dió un rico helado de vainilla con salsa de jamaica.
Al día siguiente, después de un rico desayuno casero en La Quinta Los Arrayanes, nuestro lugar de hospedaje durante el fín de semana, nos dirigimos hacia la Cava entre Santos en San Antonio de las Minas. Para nuestra gran fortuna, Lili a quien sus compañeros apodan “la mamá de las degustaciones”, nos dió un tour a las tres por las instalaciones. Un gratísimo e ilustrativo recorrido el cual culminó con una cátedra completísima de la manera de degustar un vino y de la cual aprendimos un montón.
Con la vista de los viñedos y el valle a lo lejos, nos sentamos en la terraza a disfrutar el momento acompañadas de una botella de Mistral reserva 2008 monovarietal de uva barbera (nueva para nosotras) y una rica tabla de carnes frías y quesos de la región.
Sin horario o agenda, el tiempo pasó sin darnos cuenta y para cuando cogimos camino de nuevo, realizamos que no faltaba mucho tiempo para nuestra reservación en el lugar elegido para comer, así que decidimos hacer escala en el museo del vino que nos quedaba de camino. Después de una visita breve del museo donde aprendimos un poco más de la historia vitivinícola de la región, nos dirigimos a nuestro próximo destino. Un camino de terracería a la mitad del valle de Guadalupe nos lleva a Corazón de Tierra de Diego Hernández, enclavado en el ejido El Porvenir. Nuestra cita es a las cuatro de la tarde ya que supuestamente nos daría tiempo de visitar dos viñedos antes lo cual no sucedió. Sin embargo, la hora resultó perfecta, pues al haber elegido un horario “entre comidas” pudimos escoger a nuestra llegada la mesa de nuestro completo gusto. Poco rato después el lugar empezó a llenarse y a nuestra salida, no había una mesa disponible.
El lugar es sumamente acogedor a la vista. Mesas largas de madera rústica con sillas de diferentes estilos tapizadas en telas de colores ocupan el espacio. Al fondo, se observa la hortaliza del restaurante, la ceremonia de una boda que se está llevando a cabo y el hotel La Villa del Valle a través de una pared corrediza de vidrio. Alex nos da la bienvenida y explica que el restaurante no ofrece menú y que lo que vamos a probar es una selección de ocho tiempos elaborados con ingredientes cosechados ese día de la hortaliza y productos frescos de la región. Nos sugiere unos vinos para acompañar el menú. Patricia y Fernanda se fascinan con la elección de vino blanco, del cual con gran pena olvidé escribir su nombre y a mí, el tinto de Madera 5 me parece exquisito. Para empezar, unas tostaditas de jurel ahumado con puré de aguacate y lechuga deshidratada, cortesía de la casa.
Llega el primer tiempo que consiste en ostiones gratinados con queso de Cortés, tocino hecho en casa y hoja de calabaza.Como segundo tiempo, una ensalada elaborada con jitomates del huerto, hojas de amaranto y betabel, huauzontle y queso parmesano local. Ligera, fresca y exquisita.De tercer tiempo, tiradito de pescado jurel con flor de pepino, rabano francés, hoja de flor capuchina, flor borraja (la cual sabe a ostión) y alga morada. Este plato era tan bonito que daba pena comérselo. Al pescado sólo le faltaba aletear de lo fresco. Otro platillo delicioso.Betabeles rostizados con uvas en salmuera y pure de acelga fueron nuestro cuarto tiempoComo quinto, atún sellado a la perfección con calabacita, puré de alcachofa de Jerusalem y cáscara de limón confitada. Un balance exquisito de sabores y texturas. Nuestro sexto tiempo, codorniz con una reducción de sabor extraordinario y hojuelas de rábano negro. Preparado en su punto y de chuparse los dedos. Para mí, uno de mis consentidos.Antes del postre, nos sirvieron una granita de hierbabuena con un pedacito de chilacayote en dulce para limpiar el paladar. De postre, barrita de chirimoya con helado de tuna, espuma de avellana, merenguito y arena dulce. Un plato con cara de contento que parecía un cuadro de bonito. La nieve de tuna espectacular. Este recorrido de sabores duró por el resto de la tarde. Fué un estar “sin prisas” cautivadas por aquel espacio a la mitad de la nada, aromas y sabores que inundaron nuestros sentidos y el sabernos ahí, compartiendo esta inolvidable experiencia. Llegó Diego a sentarse con nosotras. Nos platica del Valle y su crecimiento en los últimos años, de su inspiración para cocinar y del trabajo conjunto de viñateros y chefs de la región que han hecho del valle un destino turístico y un magnífico lugar para vivir. Son pasadas las siete de la noche cuando salimos de Corazón de Tierra y con los últimos rayos de sol, tomamos el largo camino de terracería hacia la autopista que nos llevaría de regreso a Ensenada.
El domingo fuimos a la carreta de La Guerrerense para saludar a Sabina y saborear sus deliciosas tostadas. Erizo con Almeja, Ceviche de pescado con caracol, coctel campechano, conchas y sus nuevas empanadas de bacalao ¡tremendo banquete! La colección de sus famosas salsas preparadas en casa con chiles cosechados del huerto de su jardín forman una fila al frente del carrito listas para satisfacer el gusto de cada comensal. Sabina a lo lejos va sugiriendo que salsa o combinación de las mismas van mejor con lo elegido.
Ambas nos despedimos con un cariñoso abrazo, y con un buen sabor de boca y mi dotación de salsas bajo el brazo, tomamos el camino de regreso a casa, esta vez hacia Tijuana para hacer una parada obligatoria en la Comercial Mexicana y abastecernos de los antojos que no encontramos al otro lado de la frontera.
Este viaje de fin de semana con Fer y Patricia a Ensenada y al Valle de Guadalupe quedará guardado en el cajón de los recuerdos como una experiencia inolvidable, incluyendo el castigo de cuatro horas en la garita de Tijuana al que fuimos sometidas por cortesía de los agentes aduanales gabachos tanto por el despiste de haber cruzado por la línea equivocada como por habernos convertido en contrabandistas de frutos al momento que Dingo descubrió la manzana olvidada en la bolsa de Fer, pero eso sí; la Murray insistía a la agente que sin nos iban a “fichar” que por favor escribiera en nuestro “record”que se había tratado solo de “una manzanita”.
De este viaje quedó el antojo de muchos lugares por conocer y sabiendo que tengo al Valle de Guadalupe a cuatro horas de manejo de mi casa, me quedan las ganas de soñar en un próximo regreso no muy lejano.
casa rural rioja says
Interesante . Aprendo algo con cada blog todos los días. Siempre es estimulante poder devorar el contenido de otros escritores. Me gustaría usar algo de tu post en mi web, naturalmente pondré un enlace , si me lo permites. Gracias por compartir.
Chef Maca says
Con gusto Mike, gracias por compartir tu experiencia y comentarios. Saludos!