El Otoño es la estación del año que más me gusta. Con él llegan los días más frescos y los atardeceres primorosos. El paisaje cambia de color y las hojas de los árboles sacudidas por el viento se desprenden formando tapetes multicolores.
Bueno, sí, suena muy romántico, y las hojas formando tapetes multicolores se ven bonitas en el campo y en los parques, pero en las calles de la ciudad resultan un dolor de cabeza para las alcantarillas y aquellos a quienes les toca barrerlas. Sin embargo, lo que sí es una realidad para mí, es que recibo con gusto los días frescos de Otoño para volver a usar mis suéteres que tanto me gustan y disfrutar de diferentes sopas calientitas que alegran el corazón.
Hablando de suéteres, nunca olvidaré uno de color rojo con una franja negra que yo misma me tejí. Desafortunadamente no tengo una foto suya a la mano y por alguna razón que no me acuerdo, decidí deshacerme de él después de haberlo guardado varios años.
En el mes de noviembre de 1985 fue la primera vez que llegamos a vivir a Londres. Fernanda acababa de cumplir dos años y Ana Paula tenía apenas cuatro meses de nacida. Nuestra primera salida terminó en el pabellón de emergencias del hospital con Ana Pau en la antesala de contraer una neumonía. El médico sugirió invernar en casa unos meses evitando exponer a la bebé a las temperaturas gélidas que azotaban ese año la ciudad y así lo hicimos. Enrique partía a trabajar cada mañana y las niñas y yo nos quedábamos en el departamento día y noche. Me volví muy creativa llenando el día de diferentes actividades para mantener a Fer entretenida y como oscurecía temprano, las seis de la tarde se convirtió en la hora de dormir.
En las noches que regresaba Enrique era mi tiempo de salir a respirar un poco de aire fresco. Mi caminata nocturna era corta, pues apenas conocía el rumbo y cada noche terminaba en el pequeño supermercado a la vuelta del edificio donde paseaba en zig-zag por los pasillos para comprar de una cosa a la vez sabiendo que regresaría al día siguiente. Fue así como pasé los siguientes cinco meses, en aquel pequeño espacio y con la misma rutina diaria.
Un buen día, mientras leía el periódico, me llamó la atención la publicidad de una tienda de estambres anunciando su gran oferta. Nada tenía que ver conmigo, pues de no ser “derechos” y “reveses” que eran los dos puntos que me había enseñado a tejer mi mamá y los únicos que me sabía, el tejer no era algo que especialmente me gustara o llamara mi atención, sin embargo, cual habrá sido mi desesperación de encontrar algo que distrajera mi mente, que decidí, ¿por qué no?, hacerme un suéter. Al día siguiente, Enrique regresó a casa con una bolsa que contenía varias madejas de estambre rojo, unas cuantas de negro, unas agujas anchas de tejer y un patrón con las instrucciones para elaborar un suéter sencillo.
De los detalles de a que hora comieron, jugaron o durmieron mis hijas aquel día que empecé a tejer mi suéter no me acuerdo, pero lo que sí se es que esa misma noche lo terminé. Tejí y tejí punto tras punto sin parar; todo de “derecho” con mis agujas gordas. Cerré las mangas y las uní con el cuerpo como mejor pude. ¿El resultado? un suéter MUY rojo, aguado y de gran tamaño que estrené con mucho orgullo ese mismo fin de semana.
Nunca más volví a tejer algo ni a sentir la necesidad de hacerlo. En mi suéter rojo se quedaron tejidos mis emociones y sentimientos del momento y aquellas horas se convirtieron en la terapia más intensa de mi vida. La cara de susto e incredulidad de Enrique al verlo terminado aquella noche me acompañará siempre. Quizá fué de esta experiencia que nació mi predilección por los suéteres. Nunca lo sabré.
… Y hablando de sopas, las cremas de verdura, especialmente la de tomate eran las que se servían con más frecuencia en casa por ser las consentidas de mi papá. Por las noches le encantaba cenar una taza o “mug” de sopa acompañando su sandwich de tocino, lechuga y jitomate o bien, de jamón y queso. Heredé su gusto y no falla que en una noche fría disfrute de acompañar un buen sandwich con mi taza de sopa.
Y después de un verano muy prolongado aquí en Los Angeles, finalmente han llegado los primeros días frescos de Otoño. Con gran ilusión y alegría empezaré a usar mis suéteres que tanto me gustan y a preparar ricas sopas que alegran el corazón.
SOPA DE BROCOLI
Hoy les comparto una receta básica y sencilla para preparar una sopa de Brócoli. Esta sopa puede ser preparada con diferentes verduras como son: zanahoria, coliflor, espinaca, champiñones, etc. siguiendo el mismo procedimiento.
Ingredientes
500 gr. (1.1 lb) de flores de brócoli
2 shallots grandes en rebanadas finas
1 poro pequeño y delgado o la mitad de uno grande en rebanadas delgadas
113 gr (4 oz) queso crema
1 litro (1 quart) de caldo de pollo o verdura
Sal y pimienta al gusto
Procedimiento.
1. En un sartén a fuego medio y con un poco de aceite se fríen los shallots y el poro rebanados a que suavicen y estén transparentes.
2. Se agrega el brócoli y se mezcla bien con los shallots y el poro.
3. Añade el litro de caldo, baja la lumbre a bajito y deja cocinar hasta que el brocoli esté suave.
4. En una licuadora coloca el brócoli escurrido, el queso crema y la mitad del caldo donde se coció. Muele a lograr una consistencia lisa. Agrega el resto del caldo y licúa bien.
5 Regresa la sopa a la olla, agrega sal y pimienta al gusto y deja cocinar a fuego muy bajito por unos 5 a 7 minutos más.
6. Sirve la sopa en un tazón y decora con crutones de pan.
Para los crutones de pan:
Pan rústico o baguette
2 dientes de ajo cortados a la mitad
aceite de oliva
1. Corta pan en cubos pequeños
2. En un poco de aceite de oliva fríe dos dientes de ajo cortados a la mitad a que tomen un color dorado. Retira el ajo del aceite
3. Agrega los cubos de pan de poco en poco hasta que se hayan dorado. Escúrrelos en toalla de papel.
- 500 gr. (1.1 lb) de flores de brócoli
- 2 shallots grandes en rebanadas finas
- 1 poro pequeño y delgado o la mitad de uno grande en rebanadas delgadas
- 113 gr (4 oz) queso crema
- 1 litro (1 quart) de caldo de pollo o verdura
- Sal y pimienta al gusto
- En un sartén a fuego medio y con un poco de aceite se fríen los shallots y el poro rebanados a que suavicen y estén transparentes.
- Se agrega el brócoli y se mezcla bien con los shallots y el poro.
- Añade el litro de caldo, baja la lumbre a bajito y deja cocinar hasta que el brocoli esté suave.
- En una licuadora coloca el brócoli escurrido, el queso crema y la mitad del caldo donde se coció. Muele a lograr una consistencia lisa. Agrega el resto del caldo y licúa bien.
- Regresa la sopa a la olla, agrega sal y pimienta al gusto y deja cocinar a fuego muy bajito por unos 7 minutos más.
- Sirve la sopa en un tazón y decora con crutones de pan.
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