Mientras organizaba mis ideas para escribir sobre este viaje, trataba de recordar si alguna vez me había sacado un premio en alguna rifa o sorteo en el cual hubiera participado. La respuesta es “no”. Sin embargo, la invitación de mi amiga Cristina para visitar Mérida en días pasados fue para mí una emoción inesperada que pienso debe ser similar a lo que se siente cuando se gana el premio en una rifa.
La visita a Mérida fue un viaje de fin de semana organizado por una cadena televisora americana para presentar a sus clientes la nueva programación del 2015. Dentro de las actividades más memorables estuvo la visita a las grutas de Calchehtok. Las grutas de Calcehtok tienen una extensión subterránea de 5 km y son las más grandes del estado de Yucatán .
Al llegar al lugar los guías nos esperaban con botes de repelente y linternas. Una vez que todos olíamos a citronela se nos dió a escoger entre el paseo “familiar” o el “extremo”. Sin la menor duda Cristina y yo escogimos el paseo familiar junto con otros cuantos, pero la mayoría del grupo eligió el paseo extremo. El primer paso fue bajar de espaldas por unas escaleras bien empinadas y de ahí caminar algunos metros hacia una gran bóveda que tenía una abertura al centro rodeada de vegetación y por donde se dejaba ver el paso de la luz. la superficie del piso estaba sumamente resbalosa y gracias a que había un cordón en esa primera bajada de donde nos íbamos deteniendo es que no azoté. De ahí se separaron los grupos y nosotros seguimos nuestro camino entrando a la caverna en donde la obscuridad se hizo absoluta y la única luz que nos guiaba era la de nuestras linternas en la cabeza.
A lo largo del trayecto pasamos por diversas pendientes y subidas resbalosas mientras observábamos una inmensa cantidad de estalactitas y estalagmitas y varias formaciones calcáreas moldeadas naturalmente en lo que parecían esculturas de animales. Murciélagos paseaban por doquier a corta distancia de nosotros.
Llegamos a una gran bóveda en donde nos aguardaba un chamán sentado al lado de un altar arreglado con figuritas de barro, velas, y una vasija donde se quemaba incienso y algún tipo de hojas. En mis adentros pensaba: “menos mal que no sufro de claustrofobia, pues entre todos los que somos en este lugar encerrado y oscuro, más la columna de humo de intenso olor que me hace sentir que me roba oxígeno, podría entrarme un ataque de angustia”. Respiré hondo y me senté en una piedra esperando a que iniciara la pequeña ceremonia que consistía en desechar la de energía negativa y recargarnos de positiva lo cual nunca sabré si logré, pues salí de las grutas sintiéndome igualito a como entré.
No fué hasta que salimos de nuevo a la luz que nos percatamos del estado en el que habían terminado los de los grupos “extremos” El barro los cubría de la cabeza a los pies, y mientras para algunos la experiencia había sido muy emocionante, para otros había sido un verdadero calvario, pues su ruta resultó ser mucho mas extrema de lo que habían imaginado. En nuestro camino de regreso paramos en la Hacienda Chenkú a comer y en donde los que participaron del paseo “extremo” tuvieron oportunidad de bañarse, cambiarse de ropa y tirar a la basura la que traían puesta.
A nuestra llegada fuimos recibidos con vasitos de pepino y jícama y aguas frescas de Tamarindo y Horchata. Mientras algunos nadaban en el cenote ubicado en la propiedad, Cristina y yo disfrutábamos de la buena plática acompañadas de una rica y refrescante “Paloma”.
Una larga mesa ocupaba la terraza principal de la hacienda en donde degustamos de una muy rica comida y pasamos el resto de la tarde en grata sobremesa comentando la aventuras y diferentes experiencias en las grutas.
El sábado Cristina y yo lo dedicamos a conocer la ciudad de Mérida. Yo llevaba una lista de recomendaciones de lugares donde comer. Y como sólo contábamos con un día, había que empezar la experiencia desde el desayuno. Así que nuestra primera parada fue en el puesto “La Lupita” dentro del mercado de Santiago.
Pedimos la torta de Lechón cuya carne estaba suavecita y muy jugosa y combinaba de maravilla con la salsa Xnipec elaborada con jitomate, cebolla morada, chile habanero, naranja agria y sal. Después pedimos un salbute de Cochinita que estaba para chuparse los dedos y otro salbute de relleno “negro” que consistía en pavo desmenuzado bañado en una salsa de chiles tatemados y especies también muy rico. Pedro Medina Casanova quien es dueño del lugar nos explicó que el secreto de su lechón tan delicioso está en prepararlo y rostizarlo a la leña lentamente desde la tarde anterior. Después de una grata plática, Pedro nos llevó a conocer a los hermanos Enrique y Lourdes Méndez Kantún herederos de “Condimentos Enrique” puesto #1 del mercado fundado por su padre años atrás. “Nadie prepara condimentos como ellos y son toda una tradición en Mérida” – nos dijo Pedro.
Pasamos un buen rato en su puesto donde disfrutamos de una cátedra sobre los diferentes condimentos que preparan y sus usos. Cada especie que nos mostraba Lourdes la acompañaba con su propia receta platicada. Antes de despedirnos les preguntamos donde nos sugerían comer. En mi lista tenía dos lugares: El restaurante Los Almendros, lugar de gran tradición y el nuevo restaurante KuuK de Pedro Evia. Nos comentaron que ambos lugares eran muy buenos, pero que si queríamos comer “como en casa” probáramos el restaurante La Tradición Después de nuestra visita al mercado de Santiago, nos encaminamos hacia el zócalo de la ciudad. Para nuestra no muy grata sorpresa, ese día, un poco más tarde se llevaría a cabo en la plaza el informe de gobierno por lo que varios lugares estaban programados a cerrar temprano.
La Catedral fue uno de los lugares que encontramos cerrados por lo que nos conformamos tomándonos una foto frente a la puerta principal. Del museo Macay conocimos el atrio, pues al igual que la catedral, se encontraba cerrado por el informe. Así que caminamos un rato por los portales hasta llegar a la famosa Sorbetería Colón en donde nos sentamos un rato a refrescarnos con unas nieves de guayaba y naranja agria.
Seguimos nuestro paseo caminando por las calles y diferentes plazas. Paramos a comprar unas tradicionales guayaberas y una blusa bordada y de ahí seguimos nuestro camino hasta llegar al restaurante La Tradición que nos habían recomendado los hermanos Mendez.
Del menú todo se antojaba y aunque personalmente tenía la curiosidad de probar varios platillos típicos de la región, el basto desayuno más las nieves de mediodía no nos habían dejado mucho espacio así que cada una pidió un plato del menú. El primero fueron unos papadzules que son tortillas hechas a mano rellenas de huevo cocido y bañadas con crema de pepita de calabaza y salsa de tomate que estaban adornados con un chile habanero asado.
El segundo fue un queso relleno. Queso de bola (Gouda) relleno de picadillo preparado con almendras, aceitunas, pasitas y alcaparras servido en Kóol que es una salsa parecida a la salsa blanca pero que usa el caldo donde se cocinó la carne en lugar de leche y salsa de tomate. Ambos platos muy bien presentados y de porción muy basta lo cual no nos permitió probar nada más a pesar de que los platos de nuestros vecinos de mesa nos “cerraran los ojitos”.
Claro que a esta tradicional y rica comida yucateca no podía faltarle una cerveza Montejo bien fría y una tradicional agua de Chaya preparada con chaya fresca, jugo de limón, miel y hielo que estaba buenísima.
Recorrimos el paseo de Montejo, la avenida mas importante de la ciudad y el cual se encuentra flanqueado por arboles frondosos y suntuosas mansiones. Nos detuvimos a conocer La Quinta Montes Molina , una de las mansiones más bonitas si no es que la más bonita del paseo de Montejo y que hoy está convertida en museo.
Siendo que era sábado, el museo había cerrado más temprano, pero el zaguán estaba abierto debido a que en el jardín posterior de la casa se montaba la escenografía y mobiliario para un evento esa noche. Como “Pedro por su casa” entramos al lugar y le dimos vuelta a la casona por el jardín. Llegamos frente a las escaleras principales y nos atrevimos a brincar un cordel que cerraba el paso. Llegamos a la terraza superior que rodeaba la casa. Las ventanas se encontraban abiertas para dejar circular el aire y es de fuera que pudimos admirar la belleza del interior del lugar imaginando lo que habría sido vivir dentro de aquellas paredes.
De la terraza observábamos el Paseo de Montejo y un camión de turismo que había hecho un alto para mostrar al visitante la belleza de la mansión en donde nos encontrábamos paradas.Caminamos un par de cuadras hasta nuestro hotel y al voltear la esquina nos topamos con una Calandria elegantemente vestida que esperaba junto con su caballo y conductor la visita de algún turista que quisiera ser paseado con gran estilo por la ciudad.
Merida, ciudad muy noble y muy leal, que bonito fue conocerte. Ojalá no pase mucho tiempo antes de regrese de nuevo para conocer aquello que quedó pendiente.
Gracias Cristina por la invitación a este viaje que fué para mí un regalo maravilloso, pero más aún gracias por tu amistad que es lo que más atesoro.
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